Saltillo, México – Este año marca el 174º aniversario del nacimiento y el 150º aniversario de la trágica muerte de Manuel Acuña Narro, uno de los poetas más destacados del romanticismo en México. A lo largo de su vida, Acuña dejó una huella imborrable en la literatura mexicana y su legado continúa vivo en la actualidad a través de su obra y la memoria que se ha conservado.

Nacido el 27 de agosto de 1849 en Saltillo, Coahuila, Manuel Acuña Narro creció en una familia de modestos recursos, siendo hijo de Francisco Acuña y Refugio Narro. La casa en la que vino al mundo, ubicada en Allende sur #394, es hoy un sitio de conmemoración en la Zona Centro de Saltillo.

Desde temprana edad, Acuña mostró un talento excepcional en el ámbito de las letras. Después de completar sus primeros estudios bajo la guía de sus padres, ingresó al Colegio Josefino, donde cursó la secundaria. A los 16 años, se trasladó a la Ciudad de México con el objetivo de continuar su educación en el Colegio de San Ildefonso, donde estudió matemáticas, francés y filosofía.

En enero de 1868, Acuña cambió de rumbo y se inscribió en la Escuela de Medicina. A pesar de su brillantez académica, el poeta era considerado un estudiante inconstante. Durante sus años de estudio, residió en diversos lugares, incluyendo un pequeño cuarto en el Ex Convento de Santa Brígida y la habitación número 13 del corredor bajo del segundo patio de la Escuela de Medicina, donde ocurrió su trágico final.

Su breve pero impactante carrera literaria comenzó casi al mismo tiempo que sus estudios de medicina y duró solo cinco años. En ese tiempo, Acuña produjo una obra prolífica que incluyó 80 poemas, 12 cartas, tres artículos y una obra de teatro.

Uno de sus poemas más conocidos es «Nocturno a Rosario», donde el poeta expresó su desamor hacia Rosario de la Peña, una joven de familia acomodada que nunca correspondió sus sentimientos. La poesía refleja la agonía de un amor no correspondido y el profundo dolor que experimentó Acuña a causa de ello.

El 6 de diciembre de 1873, a la edad de 24 años, Manuel Acuña Narro tomó la decisión trágica de quitarse la vida. Ese día, tras encontrarse con su amigo Juan de Dios Peza, ingresó a su habitación y tomó cianuro. En una nota, escribió: «Lo de menos será entrar en detalles sobre la causa de mi muerte, pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo es el culpable».

Aunque Acuña atribuyó la culpa de su muerte únicamente a sí mismo, la sombra del desamor hacia Rosario de la Peña se cierne sobre su trágico final. A lo largo de su corta vida, el poeta también tuvo otras relaciones amorosas, pero Rosario ocupó un lugar especial en su corazón y sus versos.

A pesar de su prematura muerte, el legado literario de Manuel Acuña Narro perdura. Sus contemporáneos y amigos, incluyendo a Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio y Manuel Ocaranza, se encargaron de preservar y difundir su obra. El impacto de Acuña en la poesía mexicana sigue siendo evidente y su poesía continúa inspirando a generaciones de escritores y amantes de la literatura.

El 10 de diciembre de 1873, a las 12 del mediodía, el cuerpo de Manuel Acuña Narro fue enterrado en el Cementerio del Campo Florido en la Ciudad de México, pero su legado perdura en el tiempo, recordando la inmortalidad de su poesía y el trágico destino de uno de los últimos grandes poetas del romanticismo mexicano.

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